Cada día para Agustina, era una historia distinta.
No creía en el destino porque en su pequeña cabeza no cabía que todo lo que le sucedía a ella estuviera completamente planeado. El destino le parecía una simple excusa para aquellos que le tienen miedo a la vida.
Si algo era cierto, es que al rededor de Agustina todo era caos y problemas. No salia de uno cuando ya estaba en otro. Sin ser ella la que los iniciara, siempre era la causa. Era como una energía que mantenía su mundo revuelto.
Cuando su mundo se congestionaba, Agustina solo quería soledad y tranquilidad. Salir por las calles a medir piedritas y a recorrer parques horas enteras sin pensar en un por qué. Sin embargo cuando Agustina volvía a la realidad, cuando volvía a su pequeña habitación en una posada, volvía a tocar ese suelo firme que le recordaba lo difícil que era todo -En ese momento-.
Agustina nunca estaba sola. Como el balance perfecto del mundo, sucedía que ella era ese tipo de personas que irradiaba luz a donde llegara, lo que hacía que siempre estuviera rodeada de gente bonita. Gente que la apreciaba y que le daba las fuerzas para salir adelante.
Su vida era como un cuadro vivo de la carrera séptima en Bogotá un día de sol a las 5 de la tarde. Luz y calor por todo lado pero trafico, congestión, smog y gente caminando de prisa buscando llegar a su destino. Esa era Agustina.
Cansada de su mundo, una tarde cualquiera Agustina tomo banca en el parque Santander, al lado del carrusel, y se quedó fijamente observando un niño que se divertía solo jugando con hojas y piedritas, tal como ella aun a sus 22 años, solía hacer.
De repente unas lagrimas escurrieron por sus mejillas y como si fuera un llamado de su padre, el niño corrió a su banca y en una dulce voz le preguntó:
-Por que lloras?
No lo sé. Respondió Agustina.
-Uno no debe dejar salir las lagrimitas de los ojos sin motivo alguno porque cuando de verdad las necesites ya se te habrán acabado.
Enseguida le limpió la ultima lagrima y volvió a su juego, como si nada hubiera pasado. Al llegar al carrusel, volteo su cabecita y sonrío... luego rió. De esas risas contagiosas.
Agustina se quedó unos cuantos minutos más en la banca, pensando en lo que aquel niño le había dicho. Se lió un canutico y comenzó a andar. Vino a su cabeza aquellos momentos realmente dolorosos en los que su cuerpo le había impedido llorar.
Ese día, Agustina decidió como quien descubre el agua tibia, dejar de darle importancia a las cosas y caos que sucedían a su alrededor. Ese día Agustina se prometió a si misma no volver a llorar, ser tacaña con sus lágrimas. Ese día, Agustina decidió volver su corazón de piedra y dejar de sufrir.
Desde entonce Agustina anda por la vida, sin importar el color del día, caminando y mirando, observando y sintiendo.
Y de vez en cuando, sonriendo.
Y para Finalizar: Something about us - Daft Punk